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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: CAMBIAR PARA MEJORAR, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Thu, 2 Aug 2007 18:33:46 -0400

Title: LOS CAMINOS DEL DESARROLLO: LA EXPERIENCIA CUBANA

RAUL CASTRO PROPONE: CAMBIAR PARA MEJORAR    

 

                                                                         Jorge Gómez Barata

 

No estoy entre los asombrados porque el 26 de Julio, Raúl Castro aludiera a la necesidad de cambios estructurales en la agroeconomía cubana; sino entre los esperanzados.

Haber realizado una revolución que desplazó del poder a la oligarquía, rompió con la dependencia a los Estados Unidos y transformó la sociedad, ofrece a la dirección cubana amplios espacios de maniobra.

La obra material de la revolución que incluye una poderosa infraestructura, razonable disponibilidad de energía y capacidad para administrarla, así como la existencia de industrias e instalaciones agropecuarias, unidas a las realizaciones educacionales y que suministran personal dirigente y mano de obra calificada, constituyen un entorno positivo.

Las revoluciones son la matriz de las transformaciones estructurales. A ese estado natural, en Cuba se añade la radicalización derivada de la agresividad de los gobiernos norteamericanos que sólo acudieron al rescate de la oligarquía criolla y de las empresas norteamericanas y reaccionaron como si Cuba fuera una provincia estadounidense. Durante 48 años, 10 presidentes y 15 administraciones, han mantenido una asfixiante presión sobre Cuba, sin doblegarla.

La combinación de aquello que la revolución se había propuesto hacer, como era la Reforma Agraria y otras medidas, como la nacionalización de todas las empresas estadounidenses, adelantadas como respuesta a la agresividad norteamericana, condujeron a la formación de una enorme área social de la economía, hasta hoy el más trascendental cambio estructural realizado por la revolución.

Aquel sector público, formado de modo vertiginoso y en medio de  inaudita violencia, no sólo se tornó dominante sino que llegó a ser exclusivo en el momento en que, en 1963, se dictó la II Ley de Reforma Agraria, para cortar las bases de apoyo material a la contrarrevolución interna, a lo que en 1968, por razones menos perentorias, se sumó la Ofensiva Revolucionaria, que confiscó las pequeñas empresas y comercios con lo cual el sector privado dejó de existir, excepto en el campo donde ha tenido éxito.

La estructura de la propiedad agraria en Cuba, expresión de las relaciones de producción en el campo, se formó  cuando la Corona Española entregó enormes cantidades de tierra a los militares, funcionarios de la administración colonial, la Iglesia Católica y otras personas, parte de las cuales, por herencia o compra pasaron a manos criollas y durante la ocupación norteamericana y en la pseudo republica, la mitad de ellas se convirtieron en propiedad de compañías estadounidenses.   

De modo semejante al resto del continente, la economía, primero de la colonia y luego de la pseudo república, evolucionó sobre la base de un esquema agroexportador, ignorando el mercado interno. Esos y otros factores condujeron a brutales y costosas deformaciones estructurales; la principal de ellas, el latifundio y las plantaciones que, entre otros factores, impidieron el desarrollo de la clase campesina.  

Según un censo de 1943, el campesinado cubano estaba formado por 143 000 campesinos y sus familias, de los que un 64% no eran dueños de la tierra. A fines de los cincuenta, los sin tierras, arrendatarios que pagaban renta, constituían el 70% del campesinado cubano. A ellos se sumaban alrededor de medio millón de trabajadores agrícolas temporeros, vinculados sobre todo a las labores de la caña de azúcar, que constituían un semiproletariado.

En su alegato conocido como La Historia me Absolverá, Fidel Castro no sólo denunció aquella situación sino que propuso fórmulas para cambiarla:

“La segunda ley revolucionaria ─ apuntaba Fidel ─ concedería la propiedad inembargable e intransferible de la tierra a todos los colonos, subcolonos, arrendatarios, aparceros y precaristas, que ocupasen parcelas de cinco o menos caballerías de tierra…”

“Un gobierno revolucionario ─ aseguraba el líder cubano ─ después de asentar sobre sus parcelas con carácter de dueños a los cien mil agricultores pequeños que hoy pagan rentas, procedería a concluir definitivamente el problema de la tierra, primero estableciendo como ordena la Constitución un máximo de extensión para cada tipo de empresa agrícola…segundo: repartiendo el resto disponible entre familias campesinas, con preferencia a las más numerosas, fomentando cooperativas de agricultores para la utilización común de equipos de mucho costo…”

El Programa de la Revolución trazado en aquel histórico alegato, se cumplió en un santiamén. Se repartieron parcelas de tierra a unos 200 000 campesinos y en las áreas ocupadas por los grandes latifundios y plantaciones, se organizaron granjas del pueblo, más tarde grandes empresas agrícolas y, en 1993, al calor de la crisis derivadas de la caída del campo socialista, otra vez Cooperativas Básicas de Producción Agropecuaria.

Como parte de aquel proceso se entregaron tierras ociosas que colindaban con cooperativas, se cedieron en  usufructo más de 50 000 hectáreas a privados, así como cerca de 80 000 hectáreas en las zonas montañosas a personas dispuestas a dedicarse al cultivo del café, el cacao y  a las plantaciones forestales. También se concedieron parcelas para el autoabastecimiento familiar.

De ninguna manera la revolución puede ser acusada de mantener una política agraria inmovilista, aunque después de todas las iniciativas, como  refiriera  Raúl, las cosas no marchen bien.

El país dispone de considerables cantidades de tierras ociosas, mientras importa casi todos los alimentos que consume, algunos de los cuales pudieran producirse en ellas, lo que es obstaculizado, entre otras cosas, por fenómenos de tipo estructural, trabas burocráticas y falta de instrumentos jurídicos apropiados. “Cambiar todo lo que deba ser cambiado”, como señaló Fidel, es la plataforma propuesta por Raúl el 26 de julio en Camaguey.

Naturalmente habrá que esperar a la maduración de los estudios a que se refirió Raúl Castro y a las decisiones derivadas de ellos. Seguramente habrá cautela porque en materia estructural, los cambios toman tiempo, no hay apenas espacio para los errores y las correcciones resultan difíciles, incluso traumáticas. 

Sin pretender adivinar a qué cambios estructurales se refiere Raúl, los observadores comprometidos y que desean que el Estado socialista conserve la posición decisiva en la conducción de la economía agrícola, asumen que puede tratarse de conceder posibilidades y espacios que amplíen la iniciativa económica de los ciudadanos, se logre mayor flexibilidad, coherencia y una relación más fluida y funcional entre las diferentes formas de propiedad.

Seguramente las modificaciones estructurales que se estudian pondrán énfasis en la economía y el mercado interno, no sólo para satisfacer las necesidades de la población, sino para favorecer una dinámica económica en la cual el pueblo satisfaga por el mismo parte de sus necesidades.  

Obviamente la cautela mencionada por Raúl, toma en cuenta la inevitable presencia de los Estados Unidos, su absurda política hacía Cuba y la existencia de contrarrevolución radicada en Miami, ponentes de una oposición de oficio, que harán todo lo posible por frustrar cualquier intento de la revolución. Los cambios que se adopten deben conducir, no sólo a más sino a un mejor socialismo, más eficiente y participativo.      

Nadie debe preocuparse. No hay improvisación, aventurerismo ni prisa y Fidel y Raúl están al mando. Esa es la garantía y el seguro de cosecha.


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