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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: IMPLICACIONES DE UN VETO, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Fri, 4 May 2007 15:35:02 -0400

Title: UN VETO QUE EXPLICA MUCHAS COSAS

IMPLICACIONES DE UN VETO

 

                                                                           Jorge Gómez Barata

 

Tal como se esperaba, el presidente George W. Bush vetó el proyecto de ley aprobado por el Senado y la Cámara de Representantes, que pretendió condicionar la asignación de fondos adicionales para la guerra en Irak al establecimiento de un calendario para la retirada de las tropas de ocupación de ese país.

Según el acuerdo del legislativo, el otorgamiento de 24 000 millones de dólares como financiamiento para operaciones en Irak, estaría supeditado al compromiso de que las tropas ocupantes se replieguen de ese país, entre el primero de octubre de este año y el primero de abril de 2008.

El presidente anuló el acuerdo. 

Aunque Bush actuó en el marco de sus atribuciones, el veto implica una toma de posición con significados particulares y comprometedoras lecturas. De hecho, de modo oficial y con validez jurídica, el Senado y la Cámara, los dos órganos de representación colegiada del pueblo y la elite norteamericana, oficializaron su posición contraria a la continuidad de la guerra.

Al conminar al presidente a seguir el curso de acción indicado en el proyecto de ley, a sabiendas de que lo vetaría, de hecho, el Congreso se lavó las manos respecto a todas las implicaciones futuras de la guerra, especialmente al número de bajas. Al desoírlo, el presidente, por su cuenta asume todas las responsabilidades.

El texto vetado, además de una propuesta era una advertencia.

No se trata de una crítica circunstancial o de menor entidad, sino de un acto constitucional que, además de inscribirse en los anales del poder legislativo, quedar para la historia y constituir parte del cuestionamiento de la gestión presidencial, pudiera formar parte del expediente para un probable juicio político o impeachemen.

En la tradición política norteamericana, lo normal era que el presidente sometiera a la aprobación colegiada la decisión de ir a la guerra. Así lo hizo James Madison cuando, en 1812 Estados Unidos libró su primera guerra, esa vez contra Inglaterra; James Polk siguió la tradición y aunque mintió y  dramatizó el encuentro entre tropas norteamericanas y mexicanas, logró que el 13 de mayo de 1846, el Congreso le declarara la guerra a Mexico. 

Por su parte, para irse a la guerra contra España en 1898, William Mckinley asumió que la Resolución Conjunta del Congreso Norteamericano, aprobada el 18 de abril de 1898 en la que explícitamente reconocía  el derecho de Cuba a la independencia y que fue rechazada por España, contenía una virtual autorización para apelar a las armas.

Fieles a esa tradición y apegados a la ley, el presidente Wilson gestionó y obtuvo el beneplácito del Congreso para involucrarse en la Primera Guerra Mundial y Roosevelt obtuvo ese mandato un día después de que Japón bombardeara Pearl Arbour.

Harry Truman fue el primero en romper la tradición cuando desplazó las tropas estacionadas en Japón y emprendió la guerra de Corea bajo las banderas de la ONU y sin autorización del Congreso; eso mismo hicieron Kennedy, Johnson y Nixon en Vietnam. Para la Guerra del Golfo, Bush padre, contó con amplio apoyo congresional y nacional, lo mismo que el hijo después del 11/S.

En los casos de conflictos circunstanciales, agresiones e intervenciones en Centro América y el Caribe, incluso guerras de baja intensidad, por tratarse de una especie de traspatio en el que la Doctrina Monroe opera como una autorización global, ningún presidente ha pedido permiso al Congreso.

Así ocurrió en ocasión de las reiteradas intervenciones militares en Cuba, República Dominicana, Haití, Nicaragua, Guatemala, Granada, Panamá y, más recientemente, durante la guerra sucia librada por Reagan y Bush Padre en Centroamérica.

El veto del presidente crea nuevas tensiones en el país, hace visible la división de la Nación y el aislamiento del presidente y, crea el riesgo de que las tropas en Irak queden sin financiamiento para cubrir sus costos de operaciones, cosa que suministra combustible ideológico a la administración que ahora acusa a legislativos de poner en peligro a los soldados.   

Con su gesto soberbio e irresponsable Bush crea un funesto precedente. En tiempos de guerra o de tensiones militares, los presidentes han tratado de tener de su parte al Congreso para, de ese modo, preservar la unidad de la Nación. Para no variar, Bush lo hace todo al revés. 


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