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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: UN DIFERENCIAL PARA EL ETANOL, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Thu, 5 Jul 2007 09:42:15 -0400

Title: LAS VIRTUDES DE LA CAÑA DE AZUCAR

UN DIFERENCIAL PARA EL ETANOL

 

                                                                      Jorge Gómez Barata

 

A los riesgos que para la seguridad alimentaria mundial supone el uso de alimentos para la producción de combustible, se suma la miserable retribución que perciben los trabajadores azucareros que en Brasil y otros países del Tercer Mundo cortan caña para fabricar etanol.

La caña de azúcar no tiene alma ni ideología, no es buena ni mala y mucho menos culpable de la miseria de quienes la cultivan y la cosechan y es ajena a la demagogia de los líderes que pactan con la oligarquía y venden su alma al diablo.

En las Antillas, Brasil y el sur de los Estados Unidos, la caña de azúcar se introdujo junto con la esclavitud, razón por la que a nadie le importó lo brutal de todas las tareas relacionadas con ella, especialmente el corte, hasta hoy la más extenuante de las faenas agrícolas en los trópicos.

Con el tiempo los esclavistas fueron sustituidos por los oligarcas, los esclavos por obreros agrícolas y el saqueo, a que la metrópolis sometía a la colonias por el modelo agroexportador que aun persiste.

Si bien aquel esquema constituyó una deformación estructural que ha condenado a los países latinoamericanos al subdesarrollo, es especialmente maldito para los países productores de azúcar, que exportan un producto que requiere enormes cantidades de fuerza de trabajo y se vende a precios sumamente bajos, como inhumanamente bajos son los salarios de los obreros azucareros.

Aunque nadie duda que los agricultores norteamericanos pueden enriquecerse produciendo etanol a base de maíz subsidiado, no se comprende con la misma certeza la situación  de los cortadores de caña en Santo Domingo, Brasil y otros países que configura uno de los cuadros de explotación más dramáticos de la contemporaneidad.

A la vez que, por cada litro de etanol los consumidores europeos pagan alrededor de un dólar o más, en los campos de caña de Brasil o de cualqeuir otro país latinoamericano, trabajando bajo un sol abrasador, prácticamente sin comida ni agua, excepto las que ellos mismo pueden llevar, sin medios de protección, seguros ni prestaciones de seguridad social, para ganar un dólar, un trabajador deberá derribar y preparar para el acarreo, no menos de cinco toneladas de caña.

Semejante diferencia recuerda un proceso que ahora, cuando Estados Unidos y los demás países ricos pretenden resolver los problemas del combustible para sus automóviles, indiferentes de la miseria de millones de obreros azucareros del Tercer Mundo, debiera formar parte de la cultura de los trabajadores azucareros y de sus líderes.

En los años cuarenta, época en que Cuba era el primer productor mundial de azúcar y exportaba su producción a los Estados Unidos, era usual que los precios se fijaran a futuro y el azúcar se vendiera con uno dos años de antelación. Por esa razón, en 1944 y 1945, en medio de la Segunda Guerra Mundial fue vendida la producción de azúcar para los años 1946 y 1947 a razón de tres centavos la libra. Tan bajos precios se explican por la contracción de la demanda motivada por la ocupación de Europa por los nazis.

Finalizada la guerra, Europa reinició sus compras de azúcar que crecieron en 1947 cuando se aplicó el Plan Marshall. Con el aumento de la demanda, se dispararon los precios. De ese modo los importadores norteamericanos que habían comprado azúcar a precios miserables, obtenían fabulosas ganancias.

   En 1944 había sido electo presidente de Cuba Ramón Grau San Martín, entonces un prestigioso médico y profesor universitario, cuya gestión populista exhibía ciertos aires nacionalistas. A ello se suma que durante la guerra, aprovechando la alianza entre Estados Unidos y la Unión Soviética, los comunistas cubanos habían conseguido liderar el movimiento obrero y que precisamente, su figura más prestigiosa, Jesús Menéndez, dirigía el sindicato de trabajadores azucareros.

Menéndez encabezó la demanda por lo que entonces se llamó el “Diferencial azucarero” que resultaba de calcular la diferencia de los precios a que había sido vendida el azúcar y el valor que dicho producto había adquirido al finalizar la guerra.

Dado que la reclamación del diferencial los beneficiaba, los hacendados  integrantes de la oligarquía apoyaron la reclamación. Bajo la presión popular en la delegación que viajó a Estados Unidos para negociar el diferendo se incluyó a Menéndez, que se convirtió en el abanderado de la reclamación y en la voz más alta de la Cuba de entonces.

Menéndez fue categórico. El diferencial no era una dadiva sino un derecho de los trabajadores azucareros, de modo que, o se pagaba o no habría zafra en Cuba ni azúcar para la hambrienta Europa. Los norteamericanos accedieron y en julio de 1946 se fijó el contrato que ajustó los precios del azúcar.

De aquel modo se creó un precedente que introducía un importante elemento en el comercio azucarero mundial, que podía asumir carácter permanente y que seguramente sería reclamado por obreros de otros países. Era preciso matar el ejemplo. En 1948 un capitán del ejército asesinó fríamente a Jesús Menéndez.

 


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