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Wikileaks: Venezuelan ambassador Freddy Balzan emails 2005-2008

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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: Comentario de Jorge Gómez Barata / Síndrome del misterio
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Mon, 9 Jul 2007 09:55:20 -0400

Title: CON EL MAYOR RESPETO
 

SINDROME DEL MISTERIO: UNA ENFERMEDAD DEL PODER  

 

                                                                         Jorge Gómez Barata

 

Haciendo uso de un derecho de creer o no, me permito dudar de la certeza de algunas apreciaciones derivadas del encuentro de Bush y Putin, así como de las informaciones intencionalmente filtradas. En Kennebunkport no  tuvo lugar una reunión social, lo que se habló o decidió allí no fue intrascendente y me inclino a creer que sí hubo resultados.

 

Bush y Putin saben perfectamente que los únicos documentos que no se desclasifican son los que no se escriben y, en política, la única manera de mantener un secreto es excluyendo los testigos. Por eso en sus encuentros no hubo  traductores, actas ni grabaciones. Todo quedó entre ellos.

 

Lo trágico no es que se oculte la verdad, cosa que los políticos, con raras y honrosas excepciones, hacen todos los días en todas partes. Lo verdaderamente grave es que los dos personajes que se reunieron en Maine, vienen de una tradición que desde hace decenas de años dice buscar la transparencia.

 

En 1918 con las consecuencias de la Primera Guerra Mundial a la vista, Woodrow Wilson, intentó reformular la política mundial y crear un sistema de seguridad internacional que excluyera definitivamente a la guerra; para lo cual publicó sus famosos 14 puntos.

 

El primero de los postulados de aquella doctrina que pudo ser el origen de una nueva diplomacia, sirvió de base al Tratado de Versalles, a la Sociedad de Naciones, se reflejó en la Carta del Atlántico y se integró a la Carta de Naciones Unidas, fue: “Abolición de la diplomacia secreta”, a juicio de Wilson, causa de la guerra.   

 

Es probable que Wilson, idealista, hijo de un pastor y un intelectual que antes de dedicarse a la política fue profesor y rector de la Universidad de Princenton, estuviera asqueado por la tupida red de inmorales conciliábulos y acuerdos secretos entre los gobiernos impopulares, autocráticos y tiránicos como los de la Rusia Zarista, el imperio Austro-Húngaro, el imperio Otomano y otros, sin excluir a las camarillas gobernantes de Inglaterra y Francia.

 

No obstante, la línea de sus deseos, no pudo ser consecuente con ellos y al viajar a Europa y encontrarse allí con los vencedores, Lloyd George, primer ministro británico, George Clemenceau, jefe del gobierno francés y Giorgio Sonnsino, canciller italiano, fue obligado a transigir y a negociar en secreto y ceder a las aspiraciones imperiales de un nuevo reparto del mundo, a cambio de un compromiso para la creación de la Sociedad de Naciones.

 

Ignoro si Bush, que merodeó por las aulas de Yale y Harvard, conoció el pensamiento de Wilson en cuanto a la diplomacia secreta, aunque casi pudiera asegurar que Putin, que vivió 39 años bajo el poder soviético, estudió Derecho en la universidad de Leningrado e hizo carrera en la KGB, lo que no era posible sin militar en las filas del  Konsomol y el Partido Comunista, debe haber conocido el pensamiento de Lenin, un ruso como él, vehemente crítico de la diplomacia secreta, aunque en diferentes momentos también la practicó.

 

Lo que ahora ocurre en la política mundial, más que una innovación derivada de los trascendentales cambios a que conllevó la caída de la URSS, la disolución del llamado campo socialista y el advenimiento del mundo unipolar, es una regresión que retrotrae a las grandes potencias a prácticas, que hace más de medio siglo trataron de ser desechadas.

 

La tentación de los poderosos que, habilitados por el voto de sus conciudadanos para dirigir a sus respectivos países, sin que nadie los provea de un mandato, por cuenta propia, se erigen también en arquitectos del universo, es demasiado atractiva. Por extraño que resulte, Putin, Bush y otros cuyo poder es limitado por las constituciones de sus países, no tienen nada que los contenga en el ámbito internacional.

 

Por esa rareza histórica, unos presidentes que carecen de derechos para aumentarle el salario a los bomberos, pueden decidir sobre el programa nuclear de Irán, los derechos de Corea del Norte, la guerra y la paz, el destino del planeta, todo a solas, en secreto y sin actas ni testigos.


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