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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: FUNDAMENTALISMO DE MERCADO, por Por Manuel E. Yepe
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Fri, 11 May 2007 11:38:00 -0400

 
 

FUNDAMENTALISMO DE MERCADO

 

Por Manuel E. Yepe

 

Un tema que parece estar entrando en el escenario del debate político estadounidense pero que a mi juicio merece consideración también en nuestro país, desde un ángulo diferente, es el del fundamentalismo de mercado.

 

En un artículo firmado por Ruth Rosen, historiadora y periodista que imparte clases sobre políticas públicas en la Universidad de California en Berkeley[1] [1] , la autora advierte que, "aunque el caucus (grupo parlamentario) para temas de la mujer está llamado a convertirse en el mayor del Congreso, éste nada podrá hacer para resolver los difíciles problemas de su agenda si no enfrenta el reto del fundamentalismo de mercado: la exagerada e irracional creencia en la capacidad de los mercados de resolver todos los problemas que han dominado el debate político nacional durante una generación".

 

Asegura que "sin enfrentar directamente el fundamentalismo de mercado, ellas fracasarán en su propósito de mejorar la vida de la mujer común estadounidense y de su familia".

 

Luego, se pregunta y se responde: "¿Qué tienen en común los catastróficos cambios climáticos, el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, la epidemia de la obesidad y la desatención a los jóvenes y los ancianos? Que cada uno de estos fenómenos cuenta con el poderoso respaldo de intereses que nos exigen que dejemos al mercado ejercer su magia privada porque la acción gubernamental crearía más problemas que los que resolvería".

 

Durante el último cuarto de siglo, los neo-conservadores en la cima del poder político en EEUU han utilizado todos los recursos de la los grandes medios corporativos que también controlan para promocionar la idea de que los ciudadanos individualmente, y no el gobierno, deben ser los responsables de lo que se conoce por el "bien común", a fin de contar con receptividad en la opinión publica para sus esfuerzos por privatizar todos los servicios públicos que pertenecen al Estado y así incapacitar a éste para mover la nación de la manera que -según ellos- solo pueden hacerlo las grandes corporaciones transnacionales.

 

 Por eso, cuando el presidente George W. Bush argumenta nuevos recortes de los fondos dedicados a proyectos sociales, asume que la ciudadanía está identificada, apoya y cree en el fundamentalismo de mercado.

 

Como el fundamentalismo religioso, el de mercado se asienta más en la fe que en razones. Mediante la repetición constante, el público estadounidense ha sido conducido a pensar que la inversión privada es racional y eficiente, en tanto que los gastos públicos son siempre inútiles e improductivos.

 

"El fundamentalismo  de mercado es como el aire que respiramos: apenas lo notamos", dice la autora y, refiriéndose a la supuesta eficiencia de la empresa privada, ironiza: "Cuéntenselo a la gente de Nueva Orleáns", recordando la ineficacia y la corrupción que han caracterizado la ejecución de los trabajos de ayuda a los damnificados del ciclón Katrina en esa ciudad del sur de Estados Unidos en 2005, a cargo de consorcios privados.

 

Apelando a los calificadores del espectro político estadounidenses en uso, la profesora Ruth Rosen opina que progresistas y liberales suponen que los estadounidenses se rebelarán contra estas ideas de manera similar a la que lo hacen hoy respecto a la guerra contra Irak, pero no se atreven a cuestionar directamente al fundamentalismo de mercado porque dos décadas de reinado de la corriente política neo-conservadora que lo enarbola como bandera, han empobrecido tanto el discurso como las aspiraciones de los demócratas progresistas.

 

 "En vez de hacerlo, bailan en torno al fundamentalismo de mercado, tratan de ganar adeptos para sus causas sin atacar directamente al gran gorila que se sienta en el Congreso…", se lamenta y también advierte: "Incluso si un Demócrata decente ganara la Casa Blanca en 2008, la habilidad de él o ella para ejercer un liderazgo enérgico y proponerse nuevas soluciones progresistas estará limitada mientras subsistan sin cuestionamiento las ideas del fundamentalismo de mercado".

 

Se observa que las prevenciones que refleja el trabajo de la experta norteamericana son el fruto de una inteligencia creadora y comprometida con los seres humanos que, a partir de un enfoque de genero, sobrepasa ampliamente el ámbito de la problemática de las relaciones entre personas de diferentes orientaciones sexuales y se proyecta sobre lo que constituye el corazón del sistema capitalista.

 

En el caso de Cuba, la problemática que sitúa en un plano de actualidad al fundamentalismo de mercado es distinta, aunque con elementos comunes.

 

Si bien en nuestro país no rige un sistema económico capitalista basado en la propiedad privada y la competencia en el mercado -sino otro que tiene como elementos esenciales la planificación y el control ejercidos de manera centralizada por el Estado, en representación de toda la sociedad- no son pocas las categorías y elementos mercantiles que actúan en la economía.

 

Comoquiera que la humanidad no ha logrado aun prescindir del mercado como instrumento para la regulación de la mayor parte de los asuntos en las relaciones económicas internacionales -pese a que dispone de sobradas evidencias acerca de sus nefastos efectos como generador de iniquidades e injusticias-, solo una parte de nuestros intercambios con el exterior se desarrollan sobre la base de novedosos criterios de colaboración solidaria y, para el resto, se imponen las reglas del mercado.

 

Por ello debo aclarar que los peligros del fundamentalismo de mercado en Cuba a que me referí al principio son los que se manifiestan respecto a las relaciones económica internas. Son aquellos que provienen de la exagerada e irracional creencia en la capacidad de los mecanismos del mercado para resolver todos los problemas y contradicciones que surgen en el proceso desarrollo económico de la revolución.

 

 Fundamentalistas de mercado son en nuestro medio los criterios que, en el debate de las ideas, solo vislumbran como solución a los problemas viejos recursos metodológicos del capitalismo como: la privatización de labores, que conlleva la reducción del sector público y la ampliación del sector privado; recortes de asignaciones de recursos para objetivos sociales no productivos (educación, salud pública, cultura, deportes, recreación); regulación de la producción y el consumo mediante la ley de oferta y demanda; suspensión de subsidios a productos y servicios; aplicación de impuestos a los trabajadores; supresión de controles estatales, y otros aplicaciones de las leyes del mercado, como si estas fueran mágicas soluciones recién descubiertas.

 

Cualquiera de estas medidas, por si misma, no constituye necesariamente una opción improcedente, pero el peligro de estas soluciones reside en sus efectos colaterales, cuando son implementadas sin ser éstos tenidos en consideración. Algunos efectos colaterales, entre los cuales la corrupción administrativa suele ser el más frecuente y grave,   pueden llegar a constituir serias amenazas de las que derivan situaciones cuya rectificación se hace muy difícil.

 

Nuestro proceso revolucionario, enrumbado a la construcción de un modelo de sociedad del que apenas tenemos definidos con certeza sus rasgos más significativos de justicia social y algunas experiencias históricas, positivas o negativas, de otros pueblos en parecidas circunstancias, requiere de constante búsqueda y mucho ensayo.

 

Esta característica determina que desde 1959 hasta la fecha, Cuba haya sido permanentemente un laboratorio de ideas, investigaciones y proyectos que, lamentablemente, no han trascendido más ampliamente al debate público, académico e internacional debido a las duras condiciones de guerra económica impuestas al país por el gobierno de Estados Unidos que obliga muchas veces a la discreción que obstaculiza la divulgación de estrategias económicas.

 

Las soluciones mercantiles pueden servir, circunstancialmente, para encarar algunas contradicciones que surgen en una sociedad en desarrollo hacia el socialismo como la nuestra, pero hay que utilizarlas con las debidas precauciones, para que no se enquisten y causen más males que los que están llamadas a remediar.

 

Los recurrentes caminos del mercado -llevados a un grado superlativo de generalización por la globalización neoliberal- se reconocen ya como una amenaza hasta en las sociedades de consumo de los países de gran desarrollo capitalista, donde ya suena la alarma. Ellos no pueden ser tampoco solución para los problemas del desarrollo en los países del tercer mundo.

 

Las nuevas vías del socialismo del siglo XXI que ya se vislumbran pero que aun hay que perfilar, son las que necesitan nuestros pueblos.

 

Es de antiguo conocido que no existen soluciones fáciles para problemas complejos y, en las condiciones actuales de nuestros procesos revolucionarios latinoamericanos, el fundamentalismo de mercado constituye una forma demasiado cómoda para encarar, en el campo de la economía, la complejidad de la tarea que inaugurara el pueblo cubano hace casi medio siglo, que tiene en el enfrentamiento al imperialismo estadounidense una gigantesca dificultad a vencer, pero no la única.

 

*Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana. Fue Embajador de Cuba, Director General de la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina,  Vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión, Director Nacional fundador del Sistema de Información Tecnológica (TIPS) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Cuba y Secretario del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos.

 

Mayo de 2007

 

 


 


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