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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: LA REVOLUCIÓN COTIDIANA, por Manuel E. Yepe
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Sat, 26 May 2007 09:45:33 -0400

 

LA REVOLUCIÓN COTIDIANA

 

Por Manuel E. Yepe * 

 

La mejor forma de reaccionar contra la desilusión
es hacer la revolución.
La
revolución cotidiana,
como las revoluciones de la tierra…
Manu Chao

 

Al igual que –imagino- le ha de ocurrir a cualquier cubano, muchas veces experimento la sensación de que existe un extraño vínculo que identifica al pueblo con Fidel Castro que no puede ser explicado por la lógica ni por alguna ciencia.

 

Como no creo en fuerzas sobrenaturales y sí en el talento excepcional de algunas personalidades, lo atribuyo a la capacidad del presidente cubano para identificarse con las aspiraciones y sueños cotidianos de las mujeres y hombres más representativos del pueblo, la gente humilde, y aportarles las ideas brotadas de su inteligencia sobre cómo convertirlos en realidades.   

 

Cualquiera comprende que, cuando el máximo conductor de la revolución cubana en el último medio siglo anunció que habría de ser sometido a una muy riesgosa intervención quirúrgica y delegó la responsabilidad de las tareas puntuales que atendía personalmente en un grupo de otros dirigentes hasta tanto recuperara su salud, una gran preocupación asaltó a la ciudadanía cubana.

 

El motivo de esa inquietud no guardaba relación alguna con el que los enemigos habían fabricado -y otros en el exterior creían como resultado de casi medio siglo de campañas difamatorias- de que en nuestro país funciona un mando unipersonal y que, por ello, la nación se desmoronaría consumida por el caos y las luchas intestinas, si el jefe de la revolución faltaba.

 

Aquí nadie pensaba algo así, ni siquiera los desafectos sinceros de la revolución.

 

Aunque, por efecto de esta revolución verdadera y profunda que es la cubana nuestra sociedad está siempre en trance de movimiento y cambios, la nación ha consolidado una institucionalidad que a la vez incluye y se enmarca en la nueva cotidianidad.

 

La Constitución cubana de 1976 y las leyes subsecuentes establecen la forma en que se ha de producir una sustitución presidencial.

 

El primer vicepresidente del Consejo de Estado, Raúl Castro, que lo es también del Consejo de Ministros, era la persona legalmente facultada para reemplazar al Presidente, en virtud de los cargos que ocupaba. Los méritos históricos de Raúl Castro como comandante guerrillero y conductor o participante en las principales hazañas de la revolución victoriosa en enero de 1959, unidos al prestigio que le ha merecido su desempeño como dirigente estatal, habían motivado que fuera electo y reelecto en sucesivas ocasiones para esas funciones, desde que tomó forma -hace treinta años- la actual organización político-administrativa del país.

 

No se trataba, pues, de una designación caprichosa, inesperada o un acto de nepotismo. Era la decisión soberana del pueblo expresada en su Carta Magna y, como es lógico, la ciudadanía la acogió con confianza y sin sorpresa.

 

Era menos conocido en el exterior el papel del Partido Comunista en una situación de reemplazo presidencial.

 

Los cubanos sabemos que la organización partidista no desempeña papel alguno en el sistema electoral representativo del país. La función del Partido consiste en garantizar la voluntad popular de construir una patria unida y socialista, basándose en el prestigio y la ejemplaridad de su militancia y de los órganos de dirección en los que ésta delega su autoridad, en todos los niveles.

 

Es así como, sobre la militancia del partido -integrada por individuos que la ciudadanía ha reconocido como paradigmas mediante aprobación expresa, caso a caso, previamente a su elección como militantes-,   recae la responsabilidad de liderar esfuerzos por lograr que todo se haga de la manera prevista por la voluntad de los cubanos.

 

Por eso, más allá de la sustitución presidencial oficial, "la especial confianza que otorga el pueblo al líder fundador de una revolución, no se transmite, como si se tratara de una herencia…, únicamente el Partido Comunista, como institución que agrupa a la vanguardia revolucionaria y garantía segura de la unidad de los cubanos en todos los tiempos, puede ser el digno heredero de la confianza depositada por el pueblo en su líder". Así lo había hecho notar el propio Raúl Castro poco tiempo antes de que Fidel anunciara la necesidad de su operación.

 

Por fortuna, ha resultado exitosa la sucesión de intervenciones quirúrgicas a que debió someterse Fidel, quien ya ha estado dando muestras, con la publicación de sus reflexiones acerca de problemas vitales de la humanidad, de su capacidad de   seguir aportando su genio a la afirmación del proyecto revolucionario cubano y a la redención de los oprimidos y explotados de todo el mundo.

 

Pero lo que desde el anuncio de Fidel más nos intranquilizaba a los cubanos era saber si la madurez política alcanzada por nuestro pueblo en cuanto a la importancia de la unidad, era real, y si las instituciones democráticas que habíamos creado servirían efectivamente a ese propósito.

 

Por eso, quizás lo más trascendente en esta experiencia haya sido que nos demostró que nuestra principal carta de triunfo para evitar la apertura de brechas que sirvan a la estrategia enemiga, es el ofrecimiento de una clara evidencia de unidad y disciplina en un escenario de seguridad y tranquilidad cotidiana.

 

No ha sido esta, por supuesto, la primera gran prueba de su unidad y disciplina a que hayan sido sometidos los cubanos en el curso del último medio siglo.

 

La propia guerra de liberación contra la tiranía de Batista puso a prueba la capacidad de los revolucionarios cubanos de integrarse orgánicamente para evitar el regreso de la patria a la condición de neocolonia de los Estados Unidos.

 

Luego vendrían muchas otras pruebas planteadas por las agresiones, amenazas y campañas mediáticas hostiles generadas por la superpotencia vecina. 

 

En la década de los años 60, deformaciones del proceso revolucionario que fueron conocidas como el "sectarismo" y la "microfracción", aunque traumáticas y causantes de pérdidas por   la revolución de algunos talentos y mucha gente simple asustadiza, pudieron ser corregidas.

 

En la actualidad, tiene lugar un debate público acerca de las distorsiones en el campo de la cultura, en especial de la literatura, que se manifestaron en el primer lustro de los años 70. Algunos creyeron advertir indicaciones en el presente de amenazas de un repunte de aquellas nocivas tendencias intolerantes. Nadie duda que, cual en anteriores circunstancias, unidad de los patriotas se impondrá.

 

En tanto la administración estadounidense, su academia complaciente y sus medios, siguen hablando de transición de Cuba al capitalismo (democracia, libertad, economía de mercado, pluripartidismo), el pueblo de la isla continúa desarrollando su proyecto socialista pese a tanto viento en contra que le impone la superpotencia.

 

La crisis de los noventa o "período especial" va quedando atrás.

 

¿Cómo olvidar: los apagones interminables; la ausencia casi total de medios de transporte (que singularizó a la bicicleta salvadora); la alimentación proteica reducida al picadillo extendido con soya; la desaparición de los vegetales, las viandas y las frutas; la pérdida de peso corporal; el deterioro de los inmuebles particulares y públicos, impedidos de mantenimiento; el quebranto de muchos servicios médicos, educativos, culturales, deportivos y recreativos, sin recursos para sostenerse debidamente; la paralización de los planes de construcción de viviendas y de desarrollo industrial, hidráulico, vial y otros de inmediato impacto en la población?.

 

Todo ello sin que cesaran -antes bien, se intensificaran- las amenazas de agresión militar, ampliadas por el desempeño belicista del gobierno de los Estados Unidos a nivel mundial, que hacían y hacen imprescindible la preparación ciudadana sistemática para la defensa de la soberanía.

 

Las medidas que se adoptaron para afrontar la situación fueron ellas mismas traumáticas en muchos sentidos. Se asumió el riesgo social de desarrollar el turismo internacional, intensificar la promoción de inversiones extranjeras, admitir la circulación interna del dólar estadounidense y otras medidas para promover la captación de divisas convertibles, tras experimentar el derrumbe de casi el 85 % los intercambios internacionales y la caída en un 35% del Producto Interno Bruto (PIB).

La estrategia dio los frutos buscados y, hasta cierto punto, se ha podido atenuar el impacto en el medio cubano de las desigualdades y vicios propios de las sociedades mercantiles que tales remedios propiciaron.

La economía cubana, que pudo salir de la crisis sin privatizar sus activos ni aplicar medidas neoliberales, pudo suspender en noviembre de 2004 la libre circulación interna del dólar estadounidense y ahora estudia retomar a una moneda única.


       También  se dispusieron aumentos salariales –para satisfacer, en la medida de lo posible, las necesidades mínimas de los trabajadores y pensionados- y se reanudaron programas de desarrollo social interrumpidos a inicios de la década de los 90 como el de construir cien mil viviendas por año, la renovación del transporte público, la ampliación y perfeccionamiento de la base material del sistema de salud pública, y otros proyectos para la extensión de la educación y la cultura.

 

Tras una desaceleración experimentada por el turismo en Cuba en el último año, el país se ha trazado un ambicioso plan de inversiones para mejorar su infraestructura y hacer más eficiente esta industria que aporta anualmente unos 2.000 millones de dólares y es motor de la economía.


        Contribuyen al promisorio futuro que se vislumbra, un desarrollo estable y buenos precios para la minería e industria del níquel y buenas perspectivas de florecimiento petrolero en los depósitos ubicados en aguas territoriales cubanas.

 

La revolución energética iniciada en los últimos años ha demostrado ser anticipación de la ineludible respuesta humana a las secuelas de sus depredaciones de la naturaleza.

 

Pero es en la cotidianidad donde se evidencian más los avances que tanto aportan a la calidad de vida, como el fin de los apagones; la mejoría en la oferta de vegetales, frutas y alimentos en general con diferentes opciones de precios; las policlínicas, hospitales, farmacias, escuelas y otros inmuebles públicos mejor equipados, atendidos y mantenidos; el equipamiento electrodoméstico eficiente de todos los hogares; la universalización de la enseñanza superior, que ha ampliado el acceso a estudios universitarios; la mejoría en la telefonía y el transporte interprovincial público; los adelantos en la reparación de carreteras, calles y caminos, y la seguridad ciudadana que se respira.

 

Son cosas como la irrupción en la cotidianidad del trabajador social y el instructor de arte, la ampliación del número de canales televisivos, las horas de programación y la profundidad de la información; la reaparición de diarios y revistas; el incremento de la producción de películas, libros y música; los logros científicos, artísticos y deportivos, y el reconocimiento de nuestra solidaridad con otros pueblos, las que enorgullecen al cubano de hoy.

 

Parece contradictorio que un proceso revolucionario reconozca como logro apreciable el mantenimiento de la cotidianidad, pero es que, para los cubanos de este tiempo, es vital reafirmar cada día la identidad nacional.

 

Por eso, no obstante las tensiones, es tan cotidiana la revolución socialista en Cuba.

 

 

*Manuel E. Yepe Menéndez es abogado, economista y politólogo. Se desempeña como Profesor en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana. Fue Embajador de Cuba, Director General de la Agencia Latinoamericana de Noticias Prensa Latina,  Vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión, Director Nacional fundador del Sistema de Información Tecnológica (TIPS) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Cuba y Secretario del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos.

 


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