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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: LOS MONTES URALES NO SON UNA FRONTERA, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Wed, 18 Jul 2007 10:25:25 -0400


LOS MONTES URALES NO SON UNA FRONTERA

                                                        Jorge Gómez Barata

Las doctrinas y el pensamiento militar, como otras esferas de la actividad social, son fenómenos concretos, condicionados por los intereses y la tecnología y determinados por circunstancias económicas y políticas, hecho  que las hace predecibles.     

 

No hace falta ser un gurú para saber lo que, en materia de seguridad internacional, ocurrirá en los próximos meses: en lugar de un escudo antimisil tendremos dos y si Europa y la OTAN se animan, tres. En verdad nadie los necesita y ninguno servirá para nada, excepto como justificación para una nueva carrera de armamentos y un crecimiento del comercio de armas. Ganarán los vendedores y perderán todos los demás.

 

El descubrimiento de América provocó un imperfecto reparto del mundo que Alemania trató de corregir mediante la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos intervino y como no estaba interesado en aquellas mezquinas disputas territoriales, dejó hacer a los ganadores e impuso el Tratado de Versalles.

 

En la II Guerra, Hitler no disputó territorios ni colonias, sino que apostó por la hegemonía mundial y perdió. Lo que el quería fue alcanzado por sus rivales aliados, Estados Unidos y la Unión Soviética, que en las conferencias de Yalta y Potsdam, de modo menos brutal, se repartieron el mundo, no en la antigua forma colonial, sino como áreas de influencia.

 

Muerto Roosevelt y con el monopolio nuclear en sus manos, la elite política norteamericana, revisó la estrategia; sustituyó la alianza por la confrontación y la colaboración por la Guerra Fría.  

 

El período histórico de casi cincuenta años que media entre 1945, en que finalizó la II Guerra Mundial y 1991 cuando la Unión Soviética dejó de existir, fue llenado por la Guerra Fría, esencialmente un clima de enfrentamiento entre dos sistemas sociales antagónicos, representados por dos superpotencias emblemáticas, cada una de las cuales estaba segura de poder destruir a la otra, aunque temían no sobrevivir a su audacia; ambas carecían de capacidad para un segundo golpe.

 

Aquella competencia no se circunscribió al arma nuclear ni a Europa, sino que abarcó todas las modalidades de la guerra convencional y a todo el mundo. Con matices y limitaciones económicas y geopolíticas, la carrera de armamentos se expresó también en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, tanto como en Japón, ambas Coreas, China y Australia y virtualmente en todos los países del mundo. Unos producían armas y otros las compraban; desempeñaban roles por encargo de las potencias o buscaban sus propios objetivos.

 

En 1990 cuando el llamado campo socialista virtualmente había dejado de existir, el Pacto de Varsovia se hacía añicos y con la Unión Soviética agonizante, Estados Unidos le impuso el Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa, el más leonino y humillante acuerdo suscrito desde los tiempos de Brest-Litovsk.

 

Aquel engendro no fue un acuerdo equilibrado, sino una imposición en virtud de la cual, la maltrecha Unión Soviética aceptó limitar el emplazamiento de tropas y armamento pesado en su propio territorio. En aquella época entre los Urales y el Atlántico, más o menos lo que entonces era la parte Europa de la Unión Soviética pero hoy, después de la disolución, es casi toda Rusia.

 

Como quiera que la ocasión la pintan calva, Rusia que ha logrado restablecer su economía, destina recursos a la esfera militar y recupera su autoestima, ha aprovechado la oportunidad que ofrece la actitud ventajista y provocadora de Bush para denunciar un tratado que no sólo anulaba su potencial ofensivo, sino que la dejaba indefensa.

 

Avanzando desde el Atlántico, detrás de los Montes Urales, a 2800 kilómetros de las fronteras alemanas, 3 500 de las francesas y británicas, se encuentra Siberia y luego Asia. Una agrupación de tanques dislocada allí, para un conflicto europeo, es tan inútil como un paraguas en un naufragio.

 

Putin que comprende que Estados Unidos nunca accederá a compartir recursos estratégicos ni facilidades relacionadas con su seguridad nacional con Rusia, adelantó la propuesta de operar en conjunto la base de radares en Azerbaiyán, como quien levanta un señuelo.  

 

Para no variar, Bush volvió a equivocarse. Fue por lana y salió trasquilado.

 

 


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