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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: CON EL AGUA A LA CINTURA, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Tue, 26 Jun 2007 10:21:44 -0400

Title: CON EL AGUA A LA CINTURA

EL AGUA A LA CINTURA Y SUBIENDO 

 

                                                                     Jorge Gómez Barata

 

La idea del fin del mundo es tan antigua como los humanos, únicas criaturas que se saben perecederas. Si todo cuanto existe tiene principio y fin, nace y muere: ¿por qué no el mundo? 

Según la Universidad Hebrea de Jerusalén, en 1704, Isaac Newton, logró comprender pasajes cifrados del Antiguo Testamento y otros códices de antiguas culturas y a partir de ellos calculó que el fin del mundo sobrevendría en el año 2060.

En el siglo XIX reputados científicos, entre otras tesis apocalípticas,  acreditaban la hipótesis de la “muerte térmica del universo”, sustentada en la certeza de que los elementos que permiten que el sol genere energía, se agotarían, tal como ocurre hoy con el petróleo.

En 1938; Orson Welles aterró a Estados Unidos al radiar una versión de La Guerra de los Mundos, en la que la tierra era invadida por los marcianos y, durante la Guerra Fría, la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada, anunciaba que la especie humana no sobreviviría al enfrentamiento nuclear entre las superpotencias.   

Ante cada cometa o eclipse, se desataban las profecías, predicciones y cabalas acerca del fin del mundo, recreado por la literatura y el arte y usado por los fanáticos de diversos cultos para atraer prosélitos. Con buenas o malas intenciones, clérigos, magos, hechiceros, pitonisas y charlatanes, han atemorizado a la gente con revelaciones contenidas en las cartas astrales, los naipes y los caracoles, portadoras de mensajes con que los iniciados asustan a los neófitos.

En el siglo XX, con un enfoque científico y objetivo, se popularizaron las ideas acerca de que, el que hacer humano, especialmente la actividad económica que, inevitablemente impacta sobre el medio natural y altera los ecosistemas, destruye los hábitats, transforma el medio y atenta contra la biodiversidad, en el contexto de un sistema irracional, basado en un desenfrenado crecimiento del consumo y en la satisfacción de necesidades superfluas, pueden conducir al fin del mundo.

Durante décadas se enfrentaron los puntos de vista de quienes defendían la idea de que la capacidad del planeta para asimilar la actividad humana era infinita, los que confiaban en que la tecnología pudiera resolver los problemas que ella misma crea  y los que advertían que debía haber un límite.

La alarma llegó en los años setenta cuando se evidenció que el aire, los océanos, ríos y mares y los mantos freáticos, padecían una contaminación, producida por el vertimiento de desechos o la liberación de gases en cantidades mucho mayores de las que los mecanismos naturales reguladores de la salud del planeta,  podían asimilar.

A esa realidad se sumó la alarma por la desenfrenada destrucción de bosques, así como por la presencia de contaminantes cualitativamente nuevos; gases más agresivos y que permanecen más tiempo en el ambiente, fertilizantes y pesticidas que arrastrados a mares, ríos y mantos freáticos  donde devienen letales y materiales de uso masivo como: plásticos, caucho nailon, celuloide resinas sintéticas, rayón, pinturas, plexiglás, teflón, poliéster, polietileno, polipropileno y otros, que liberados en la naturaleza son virtualmente indestructibles.

La demanda de energía eléctrica por la industria y el sector residencial condujeron a una elevación del consumo de combustibles fósiles como petróleo y carbón, mientras que la introducción masiva de vehículos de motor, especialmente automóviles que, en número cercano a los mil millones transitan por el planeta, aportan cerca de la mitad de la contaminación del aire y un tercio de los gases de efecto invernadero, han conducido a una peligrosa  reducción de las reservas de petróleo.

La urgencia llegó cuando se descubrieron los daños ocasionados a la capa de ozono, que protege a la tierra de la radiación ultravioleta del sol lo que podría exterminar la vida, a lo que se sumó la convicción de que la emisión de gases de efecto invernadero, unida a otros factores, producen un calentamiento global que, inevitablemente, conduce a un cambio climático.

Todo es más grave cuando se sabe que la decena de países desarrollados, responsables de esos procesos, se suman y se sumaran en el futuro otros países pobres y atrasados que avanzan en su desarrollo económico e industrial como ya ocurre con los “Tigres Asiáticos”: Corea, Singapur, Taiwán, y portentos como China e India y también Brasil, Nigeria, México y otros estados, cuyo crecimiento industrial también impacta sobre el medio natural.

Hoy nadie duda de que, en este orden de cosas, los problemas avanzan a más velocidad que las soluciones y que el mundo se aproxima a un desastre que todavía es posible evitar, para lo cual, es preciso frenar o al menos moderar a los Estados Unidos.   

Mañana veremos si hay alguien listo para semejante tarea, así como quién y de qué manera pudiera ponerle el cascabel al gato.      

 


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