UN CODIGO PARA LOS SOLDADOS DE ISRAEL?, por Jorge Gómez Barata

[Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>]

Title: SOLDADOS DE PAPEL

¿UN CODIGO PARA LOS SOLDADOS DE ISRAEL?

 

                                                        Jorge Gómez Barata

 

 

La Segunda Guerra Mundial fue el primer conflicto en el que murieron más civiles que militares, con la excepción de los Estados Unidos que sufrió 400 000 bajas, prácticamente todos militares. 

Las guerras son tragedias, actos bárbaros que evidencian la incapacidad de los gobernantes para solucionar por vía pacifica las controversias. El hecho de que los soldados mueran, es la regla y no la excepción.

Ante tan cruda realidad, en todos los tiempos, desde el fondo de la condición humana, emergieron sentimientos de protesta y compasión y se formularon preceptos y normas para, de alguna manera, intentar el imposible de “humanizar” las guerras.

Se trata de un acto de resignación, una manera de conformarse con lo mínimo. Dado que no es posible impedir que los hombres se maten entre si, se puede al menos tratar de que lo hagan sin ensañamiento ni rencor, incluso de modo caballeroso.

Así nacieron las llamadas leyes de la guerra y los códigos de honor militar, que en esencia toman en cuenta  que los soldados, por lo general, son jóvenes humildes, que no conocen ni sienten ninguna animadversión personal hacía sus adversarios y muchas veces, ignoran las razones por las que combaten.

Estas circunstancias fueron modificadas por las revoluciones en los Estados Unidos y Francia y más tarde en toda Iberoamérica, que introdujeron la figura del soldado patriota y revolucionario, plenamente identificado con la causa por la que combate y arriesga la vida. El Movimiento de Liberación Nacional heredó esas motivaciones y las incorporó a sus tradiciones.

Al aceptar el derecho de las masas a rebelarse frente a la opresión y la injusticia, las legislaciones modernas reconocen y protegen legalmente la figura del combatiente irregular que, lejos de formar parte de las instituciones militares del Estado, se enfrenta a ellas. Durante la Segunda Guerra Mundial, las guerrillas en Europa se convirtieron en una magnifica expresión del heroísmo popular, que luego se renovó en China, Cuba, Vietnam, África y América Latina.

  Desde que en 1948, de modo arbitrario, Naciones Unidas decidió entregar la mayor parte del territorio de Palestina, habitado por árabes a personas nacidas en Europa y que nunca habían estado allí, entre el Estado de Israel y el pueblo palestino, desplazado de sus tierras, se creó un estado de beligerancia, una lucha que responde al estado de necesidad, en los hechos, una Guerra de Liberación Nacional en la que todos los días mueren civiles palestinos.

Es explicable que, ante la asimetría del enfrenamiento entre los combatientes palestinos, inermes o armados, cuando más de equipo ligero y la abrumadora superioridad del ejército de Israel, los patriotas árabes acudan a tácticas irregulares, alguna de las cuales incluyen la inmolación.

Por un increíble fenómeno que muestra la capacidad de manipulación de la opinión pública de la propaganda, se hace aparecer algunos actos de sacrificio supremo, obviamente heroicos, como si fueran acciones fanáticas a las que se suele homologar con injustificables operaciones terroristas.

Según un doble estándar solidamente establecido, cuando desde un avión a reacción, con artillería reactiva o con tanques se masacran poblaciones palestinas, se asume como actos legítimos y en ocasiones como “bajas colaterales”. No ocurre lo mismo cuando una muchacha de Gaza o Cisjordania que ha visto morir a su familia y ocupada su tierra, con una bomba casera, se inmola para liquidar algún israelí. En ese caso implacablemente se le juzga como a una despreciable terrorista.    

Esa misma propaganda convierte la acción de los luchadores palestinos que en una operación militar, capturaron al soldado israelí en un hecho abominable. Mientras unos son demonizados, se santifica la imagen del soldado y se justifica el bombardeo y la destrucción de ciudades, la destrucción de la infraestructura, la captura de los funcionarios del gobierno de la Autoridad Nacional Palestina y la represión que ocasiona cientos de muertos.

Que un joven de cualquier nacionalidad y en cualquier parte sufra o muera, debiera ser motivo de vergüenza para los que pudiendo evitarla, desatan las guerras que conducen a esas tragedias. Si estuviera a mi alcance no tendría reparo alguno en pedir clemencia para el joven israelí prisionero con la misma voz con que demandaría el cese de la ocupación de Palestina, la retirada israelí de todos los territorios ocupados y la apertura de verdaderas conversaciones de paz.