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  • To: "Vera Ernesto" <evera@enet.cu>
  • Subject: UNA CICATRIZ SOBRE LA TIERRA, por Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Wed, 24 May 2006 19:17:49 -0400

Title: LOS PRESIDENTES DE LAS GUERRAS

FRONTERA EE.UU.- MEXICO:

                                 UNA CICATRIZ SOBRE LA TIERRA

                                     

                                                                                 Jorge Gómez Barata

 

Reflexionando sobre fieras, Jack London describió sentimientos que encajan mejor en los humanos que, sobreponiéndose a las más adversas y opresivas circunstancias, responden eternamente al llamado de la sangre y de la raza. La herencia cultural es también un fenómeno telúrico, particularmente intenso en los pueblos, que como México, han vivido y padecido por la tierra.

Por una analogía, que también pudiera ser una paradoja, los colonos ingleses de Norteamérica, respecto a las tierras y a sus pobladores actuaron del mismo modo que lo había hecho Cristóbal Colón más de doscientos años atrás, incluso también llamaban indios a los pueblos originarios, aunque para la época la confusión inicial ya no existía.    

Desde los enclaves establecidos en la costa del Atlántico, los norteamericanos, asentados en las primeras Trece Colonias, en función colonizadora, avanzaron sobre los territorios indígenas, descubrieron un mundo fabuloso del que tomaban posesión desde la marcha, sin nunca pensar en detenerse.

Las oleadas de emigrantes que llegaban de Europa, reforzaban la riada que aunque con inmensos sacrificios, superaba uno tras otros los obstáculos naturales y a sangre y fuego, quebrantaban la resistencia indígena.

Todo marchaba felizmente hasta que México, que había alcanzado su independencia de España, apenas 45 años después de que Estados Unidos lo hicieron de Gran Bretaña, se alzó como un obstáculo formidable a la expansión norteamericana.

Colocado ante la alternativa, Estados Unidos no vaciló y aprovechando determinadas circunstancias, apoyó la independencia de Texas en 1836 y valiéndose de una escaramuza militar que, cierta o falsa, no debería haber pasado de ser una anécdota, en 1846 le declaró la guerra a México.

Cerca de casa, en dos años, con apenas 50 mil hombres, Estados Unidos libró la más rentable de todas las guerras. Nunca antes con tan poco esfuerzo se había obtenido semejante botín: medio millón de millas cuadradas de territorio mexicano. América los recompensó con creces: los generales Ulysses Grant y Zachary Taylor, fueron luego presidentes.

La guerra contra México, librada entre 1846 y 1848, no fue un suceso casual, sino una acción meditada y largamente preparada. El Congreso no dudó y el pueblo americano apoyó al presidente Polk. La resistencia de México, tan heroica como infructuosa, contribuyó a exacerbar las pasiones norteamericanas. Los soldados que marcharon contra la Nación azteca eran voluntarios imbuidos del llamado espíritu  fronterizo.

En el millón y medio de kilómetros cuadrados ocupados por los gringos vivían mexicanos que se vieron de pronto en territorio ocupado y luego, por obra y gracia de un papel con dos firmas, se encontraron en un país extranjero donde eran maltratados y humillados. Muchos emigraron de marcha atrás, otros acataron las reglas y, tras varias generaciones se convirtieron en parte de la sociedad norteamericana.

Los territorios ex mexicanos contribuyeron al progreso de los Estados unidos y progresaron con ellos, pero fueron y son incapaces de saldar una deuda demográfica, todavía y tal vez siempre, el país que sumó a las tierras necesitará también de sus hijos.

Quizás los emigrantes mexicanos de hoy, conscientes o no, legales o precarios, hacen lo que debieron hacer en el siglo XIX: resistir para ratificar su presencia. La lucha por el derecho a ingresar a los Estados Unidos y permanecer donde están, no es una reivindicación circunstancial.

Los norteamericanos que hoy claman por fronteras seguras, se felicitaron ayer cuando las encontraron débiles y tan vulnerables que las pudieron violar, no para trabajar y sostener a sus familias, sino para en impar acto de rapiña, apoderarse de la tierra y excluir a la gente.

La frontera entre México y los Estaos Unidos, más que una delimitación administrativa es una herida en la tierra y una cicatriz en el alma de México.


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