LICENCIA PARA EL PRESIDENTE, por Jorge Gómez Barata

[Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>]

Title: Cuando Bush declaró la guerra al terrorismo, algunos países perdieron su independencia y los norteamericanos sus derechos

EE.UU. LICENCIA PARA EL PRESIDENTE

 

                                                          Jorge Gómez Barata 

 

Los que hasta la víspera querían creer que Bush era un fenómeno transitorio, un hecho aislado, un aborto de la sociedad norteamericana y un mal que se cura en dos años, acaban de sufrir un revés.

El contundente espaldarazo recibido por el presidente con la aprobación por el Congreso de la Ley de las Comisiones Militares, que convierte en norma un virtual estado de excepción, sin precedentes en Estados Unidos, evidencia que el actual rumbo político norteamericano no es una aberración circunstancial susceptible de ser corregida, sino un resultado de la evolución del sistema.

Al convertir en ley un texto que bajo la ambigua definición de “Combatiente enemigo” autoriza la detención indefinida, anula el derecho al habeas corpus, legaliza el empleo de apremios físicos en los interrogatorios y admite como prueba las confesiones así obtenidas, el Congreso norteamericano anula más de doscientos años de tradición jurídica y se aparta conscientemente de la legislación internacional, creándose un orden legal propio y exclusivo.

Hasta hace poco las deformaciones ahora convertidas en ley eran consideradas por los legisladores y por la sociedad norteamericana como graves violaciones de los derechos humanos, incluso no sería extraño que en el futuro, Estados Unidos repruebe a otros los comportamientos que asume como legítimos, cuando se trata de invocar su seguridad nacional. El estado norteamericano va camino de transformarse en una excepción, virtualmente en una civilización diferente.       

Por primera vez en la historia norteamericana se admite que el gobierno realice escuchas telefónicas sin orden judicial, suprima el secreto bancario y encarcele personas de modo indefinido, que incluso pueden ser condenadas sin tener acceso a los cargos y pruebas en su contra. Nadie pensó nunca que algo semejante pudiera ocurrirle a un ciudadano de los Estados Unidos.

Algunos analistas, moviéndose más en una línea de deseos que actuando sobre la base de las evidencias aportadas por el proceso histórico, estimaban que las deformaciones introducidas en la política norteamericana eran resultado de una coyuntura, en la que de modo fortuito coincidieron una administración reaccionaria y sucesos como los del 11/S, que al imbricarse, daban lugar a un resultado transitorio.

Semejante punto de vista era últimamente reforzado con lo que se ha dado en llamar “impopularidad del presidente”, un fenómeno que es resultado, no de convicciones asentadas en procesos reflexivos, sino de una reacción  emocional de la sociedad norteamericana por las perdidas de vidas Irak.

La opinión pública e incluso parte de la intelectualidad y de la clase política norteamericana, no critican al presidente por haber desatado la guerra, sino por no haberla ganado a bajo costo y de modo convincente. Al público americano no le aterran  los muertos ajenos, sino los propios. En buen pragmatismo el éxito es la medida de la razón y el criterio de la verdad.    

Cuando Bush declaró la guerra al terrorismo y asumió como doctrina la guerra preventiva, algunos países perdieron su independencia, unos terroristas el sueño y los norteamericanos, muchos de sus derechos.

Lo que acaba de ocurrir en la Cámara de Representantes y el Senado cuando, después de cinco años de guerras y de políticas fracasadas que han costado la vida a casi tres mil jóvenes norteamericanos y a más de 100 000 ciudadanos de Afganistán e Irak, los representantes electos del pueblo norteamericano, acaban de otorgar al presidente el mayor respaldo obtenido desde el 11/S.

Bush y el terrorismo, la guerra y la regresión interna, son criaturas del mismo seno, resultados de una concertación al interior de la clase política, espacio donde se suprimen las barreras políticas y se adoptan los grandes consensos estratégicos.

Tal vez no todo está perdido y la sociedad norteamericana pueda movilizar sus fabulosas reservas morales y aparezcan líderes como los que una vez doblegaron a los monopolios para sacar al país de la Gran Depresión, encabezar la lucha contra el nazi-fascismo e incluso como aquellos que frenaron al McCarthismo. El pueblo americano merece el beneficio de la duda.