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  • To: "potero" <potero@rhc.cu>
  • Subject: UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD, comentario de Jorge Gómez Barata
  • From: Pedro Martínez Pírez <pmpirez@rhc.cu>
  • Date: Sat, 17 Mar 2007 12:04:58 -0500

Title: Al Gore puede estar ante una segunda oportunidad, con la meta más alta suscrita por un político norteamericano: tratar de salvar a la vez al planeta y al capitalismo; convirtiendo la hegemonía norteamericana en un liderazgo

AL GORE: UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

 

                                                Jorge Gómez Barata

 

La segunda oportunidad de Al Gore pudiera estar adornada con la meta más alta suscrita por un político norteamericano: tratar de salvar al planeta y al capitalismo a la vez y, de paso, intentar convertir la hegemonía norteamericana, de imposición en liderazgo. ¡Son tareas para Superman!

Aunque es temprano para pronunciamientos categóricos, la relevancia preelectoral de  Hilary Clinton y Barack Obama pudieran ser fuegos de artificios y no opciones reales. Tal vez la dama y el afrodescendiente se hayan creído la historia, contada por ellos mismos, de que Estados Unidos está listo para ser gobernado por una mujer o por un negro.

Si ese fuera el caso, quizás no se comenzaría por Hilary u Obana, dos contendientes sin experiencias políticas ni meritos relevantes, con poco calado nacional y con sendos handicap. Está por ver si el Partido Demócrata se arriesga a malgastar el capital político que le ha entregado Bush en dudosos experimentos étnicos y de género.

Al Gore que ya una vez ganó las elecciones y ante la más sucia maniobra política que recuerda la historia política norteamericana, como buen  aparachit, un gentleman a la americana, depuso sus ambiciones personales y cedió antes que poner en peligro al sistema, pudiera intentarlo otra vez.

A su estampa de buen muchacho, para más señas monovaginal, como lo prefiere la América profunda, Gore suma los méritos adquiridos en su tranquila carrera política que totaliza más de 25 años como representante, senador y vicepresidente, trayectoria enriquecida por el relumbrón como defensor de la naturaleza, comunicador social, predicador en el mejor estilo de los vendedores de jarabe curalotodo del antiguo oeste y merecedor de un “Oscar”.

Apreciado en su conjunto, el ex vicepresidente se ha constituido el mismo en un fenómeno político nunca visto en la historia norteamericana que, sin renunciar a su condición de integrante de la maquinaria del Partido Demócrata, pudiera trascender o como mínimo, reducir el perfil de la pugna partidista y plantear su campaña en términos menos convencionales y tal vez hasta más universales.

El hecho de ser un ejemplar de probada lealtad al sistema, no haberse definido como un liberal ni estar tachado como conservador y acreditarse muy bien ante la juventud ilustrada, el sector académico y los ámbitos científicos y allegar a los suyos los meritos de las administraciones de Clinton, lo hacen un candidato casi perfecto.

El hecho que de no luchar por la nominación y al final, resignarse a aceptarla como un deber para con la Patria y el planeta, le añade potencial y capacidad de convocatoria.

 Al Gore, que no estaba activo en la política cuando los sucesos del 11 de Septiembre, no carga como Hilary, Obama y otros potenciales candidatos con el lastre de haber apoyado, no sólo las aventuras bélicas de Bush y ser rehenes de sus resultados catastróficos, sino suscribir la cruzada contra derechos que los norteamericanos comienzan a extrañar y a reclamar. 

Seguramente los círculos de reflexión del Partido Demócrata, el lugar donde se tomarán las decisiones definitivas, demoraran todavía antes de hacer salir humo blanco de sus chimeneas y destapar la que será su opción frente a los republicanos. No sería extraño que emergiera una fórmula con Gore e Hilary de compañeros, en cuyo caso, al añadir los créditos de Bill Clinton, “partenaire” de ambos, habría una tripleta con las mejores opciones.

  El hecho de haber contendido en cuatro elecciones para la Cámara y el Senado y en tres campañas presidenciales, todas exitosas y de las que emergió sin grandes magulladuras morales, hacen de Al Gore, el más virginal de los políticos norteamericanos de su categoría, un individuo difícil de impugnar desde la ética, la moral y la coherencia con el sistema.

El riesgo de que sus avales como ecologista intranquilicen a las transnacionales de la energía, el automóvil, la química, la metalurgia y otras,    pudiera descartarse, porque él asegura que se puede a la vez salvar al planeta y ganar dinero. Con tales garantías, las preocupaciones las pondrá el contrario.


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